por paulo coelho.
Un maestro zen tenía centenas de discípulos. Todos rezaban cuando había que hacerlo, excepto uno, que se pasaba el día borracho.
El maestro fue envejeciendo. Algunos de los discípulos más virtuosos comenzaron a discutir quién sería el nuevo líder del grupo, quién acogería los importantes secretos de la Tradición.
En la víspera de su muerte, sin embargo, el maestro llamó al discípulo borracho y le transmitió a él los secretos ocultos.
Un auténtico sentimiento de rebelión se apoderó de todos los demás.
-¡Qué vergüenza! – gritaban por las calles -. Todo este tiempo nos sacrificamos por un maestro equivocado, que no sabe valorar nuestras cualidades.
Escuchando la algarabía que había fuera, el maestro agonizante comentó:
-Yo necesitaba transmitir estos secretos a un hombre que conociese bien. Todos mis alumnos eran muy virtuosos, y sólo mostraban sus cualidades. Eso es peligroso, pues la virtud en muchas ocasiones sirve para esconder la vanidad, el orgullo, o la intolerancia.
Por eso elegí al único discípulo que conocía realmente bien, puesto que podía ver su debilidad: la bebida.